El dios supremo de la masturbación ha oído nuestras súplicas y en agradecimiento a todas nuestras pajas nos envía un regalo divino, un obsequio en forma de mujer que solo está al alcance de los seres superiores. La única condición es que solo podemos disfrutar del placer que nos proporcionen sus expertas manos. Pero nosotros no somos dioses, somos hombres y somos débiles ante la carne y el deseo. Señor, perdónanos, hemos pecado. No pudimos resistir la tentación y hemos profanado su boca.