Si los canes de Pávlov salivaban al sonar la campana, Yaiza se enciende como una perrita en celo cuando le hablan de un pene grande y gordo. Imaginándose el placer que le va a proporcionar su cuerpo arde por dentro mientras un rubor recorre sus mejillas. Sus ojos se iluminan y una sonrisa picarona de felicidad se dibuja en su rostro angelical.